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No una, sino mil. Son las veces que me olvido de que no estoy solo en este mundo, que no soy autosuficiente, que con mis solas fuerzas es imposible salir adelante. De colocarme en el pedestal de los dioses en minúsculas. ¡Con cuánta frecuencia me trato de colocar en el lugar de Dios para resolverlo todo!
En estos momentos —cuando es más necesario el equilibrio, la ponderación, la armonía…—, el darse cuenta de que uno sólo no puede es cuando la caída es más dolorosa. Se hace más evidente mi debilidad y la conciencia de que con mis solas fuerzas es imposible sostenerme. Entonces con evidente claridad te das cuenta de que no soy más que una criatura diminuta, simple, repleta de limitaciones. Y es más fácil también aceptar el sufrimiento como parte intrínseca de mi propia existencia con el Padre amoroso tomándome de su mano, cuidándome y llenándome de su misericordia.
La enseñanza de Dios ante nuestras inútiles autosuficiencias es que la vida no tiene ningún sentido si no se vive por Dios y para Dios. Por eso hoy, alzando los brazos al cielo, con el rostro en tierra, exclamo desde lo más profundo de mi corazón como aquel leproso del Evangelio: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Y sentir como Dios extiende su mano sobre mi pobre corazón y escuchar: «Quiero, queda limpio».
¡Señor, acudo a Ti hoy como el leproso necesitado de tu gracia y de tu amor! ¡Vengo, Señor, a la oración para que toques mi corazón y sanes todas las lepras que hay en mi vida: mi autosuficiencia, mi soberbia, mi egoísmo, mi tibieza, mi vanidad, mi pereza, mi falta de caridad, mi falta de amor, mi falta de autenticidad, el creerme un dios que todo lo puedo pero nada alcanza…! ¡Todo lo sabes, Señor, tú conoces mis debilidades! ¡Tú, Señor, conoces los sufrimientos de mi vida, ayúdame a sobrellevarlos purificando mi alma! ¡Tú, Señor, conoces las necesidades que tengo, ayúdame a aceptar tu voluntad! ¡Limpia, Señor, la lepra de mi corazón, de mi boca, de mi alma para que reposes alegre en mi interior! ¡Señor, tengo la necesidad de ser purificado por Ti porque quiero exponerme a tu santidad! ¡Señor, si quieres puedes limpiarme! ¡Si quieres puedes liberarme de mis caídas constantes! ¡Quiero ser transformado por tu gloria, Señor! ¡Envíame tu Espíritu, Señor, para que me examine de amor, para avanzar, para crecer, para madurar como cristiano, para ser instrumento útil en mi pequeño mundo! ¡Señor, son muchas las veces que creo estar sano pero a la luz del Espíritu Santo entiendo que estoy enfermo! ¡Señor, si quieres puedes curarme! ¡Quiero, Señor, a semejanza del leproso experimentar en mi vida la gracia de tu amor! ¡Haz, Señor, que en cada confesión el Espíritu Santo me de la luz para abrir mi corazón y tenga siempre un firme propósito de enmienda para acercarme a Ti y que tú limpies mi corazón! ¡Tú eres, Jesús, mi Señor, quiero rendirme a tu voluntad, aceptar tu voluntad, hacer mía tu voluntad, santificar lo que tu deseas para mí aunque eso no sea lo que yo había previsto para mi vida!
¡Señor mío y Dios mío, haz que crea! ¡Haz que crea con una fe ciega y una confianza infinita! ¡Envía tu Espíritu, Señor, para que sane mi ceguera espiritual para que sea capaz de vislumbrar las maravillas que haces cada día en mi vida! ¡Aquí me tienes, Señor, en mi pequeñez y en mi pobreza siempre esclavo de las cosas y las situaciones, siempre pensando que mi vida está llena pero no lo está porque estoy muchas veces vacío de ti! ¡Aquí estoy, Señor, sin verte porque la ceguera de mi orgullo y mi egoísmo, de mi comodidad y mi tibieza, de mi propensión al yo y mi olvido de las necesidades ajenas me impiden verte! ¡Pero cuando presiento que estás cerca, Señor, algo cambia en mi interior a pesar de mis ataduras mundanas! ¡Señor que vea, que vea siempre para no olvidar nunca al que pasa por mi lado y necesita mi ayuda y abrazo! ¡Envíame tu Espíritu, Señor, para que su luz me ilumine y me haga creer de verdad, sin miedo a perder lo que pienso que es importante, para serte siempre fiel, para tener una conversión auténtica! ¡Ábreme los ojos, Señor mío, tú que puedes quitarme la ceguera de mi egocentrismo y despeja aquellos miedos que me embargan! ¡Permíteme, Señor, darte un sí confiado, un sí que acepte siempre tu voluntad! ¡Elimina, Señor, de mi corazón tantas preocupaciones, tristezas, miedos y tentaciones que me impiden ofrecerte un pequeño espacio para que descanses en mí! ¡Dame un espíritu, Señor, lleno de generosidad para escuchar también a los demás!
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